Escribe. Escribe, maldito.

La vida, al final, es cuestión de momentos…

In Uncategorized on marzo 2, 2009 at 8:15 pm

… cuestión de momentos, sí. Algunos tristes, como el de hoy, en el que despedimos definitivamente a Pepe Rubianes. Monologuista, cómico, actor, poeta, enamorado de la palabra en todos sus registros y disfraces, amante de la buena vida, epicúreo empedernido (casi me atrevería a decir hasta lo hed-o(na)nista), espíritu libre e insobornable…

La vida es cuestión de esos pequeños momentos en que vale la pena vivir, hilvanados muchas veces por hilos finos que ni siquiera tejemos nosotros, pero que almas caritativas, vitalistas y con un empuje existencial arrollador nos dibujan en el aire para que no nos olvidemos de soñar, y mucho menos de reir.

Momentos como en el que descubrí a un Rubianes a través de cuyos monólogos pude dejar salir sonrisas y carcajadas en horas en las que mis labios eran mera cicatriz; momentos de tardes de domingo en compañía de buenos amigos con los que nos sentábamos a escuchar sus andanadas y a desternillarnos hasta que nos doliera el alma.

Con Rubianes aprendí que la soledad no era tan mala, que el humor podía ser camino, que el lenguaje universal de la poesía y el arte se reviste o se trasviste muchas veces de lo popular y lo rabelesco; descubrí también que el mero hecho de respirar era para ser tomado a coña en ocasiones, por no decir el trabajar… ya sabéis a lo que me refiero (y, aunque lo he intentado, el trabajar nunca me ha puesto cachondo, Pepe).

En fin, compadre de tabernas cuyos vinos y charlas me hubiera gustado compartir, amigo de noches insomnes, hermano de tardes de domingo, repitiéndote sin verguenza ni reparo en mi reproductor de CD, te has ido, y nos dejas el mundo un poco más vacío y con el eco de tu estruendosa sonrisa retumbando por las calles de una Barcelona y sus teatros que ya no se entienden tan bien sin ti…

Los grandes como tú, no mueren. O sí, pero y eso qué importa. Lo que realmente importa, son… eso, los momentos, como los que tú nos has hecho pasar.

Parafraseando a Albert Om en su sentido homenaje en unas sinceras líneas en El Periodico de Catalunya, «tú, que te ibas siempre de todo, seguiras para siempre aquí», dejando esos momentos en los que nos hiciste ver la vida como el gran chascarrillo existencial que a veces es.

Descansa en paz, maestro.

Samurai

In Epifanías on febrero 1, 2009 at 9:36 am

Samurai

Aparecí una última vez,

(no podías esperar menos)

debo confesar

que lo hice

desnudo

(quién necesita armaduras

si sabe que la muerte siempre acecha)

con los huesos débiles

los dedos arqueados

con las palabras resecas por el desuso

con menos hastíos a los que aferrarme


tú estabas en el otro lado de la bruma

por el filo de tu espada

se deslizaba

aún

alguna gota de mi sangre fresca

ardiente

que pugnaba por caer

caer del todo

hacia las hojas resecas

de un otoño pálido y ya enfermo

el rocío púrpura bajo tus pies

era el presagio

que debía habértelo indicado

(y es que debiste llegar hasta el final

cortar el viento en un golpe seco

echar a rodar mis anhelos y mi cabeza por los suelos)

y sin embargo,

te pudo la soberbia

esa que dice que tus labios son poesía

por el mero hecho de ser carne

y qué hiciste

simplemente afilaste los versos

desenvainaste las palabras

y te lanzaste hacia mí

confiado por verme viejo

por verme fantasma sin leyenda

espíritu errante sin camino

garganta sin aliento ni rima

pensaste qué esta hora de deshonra sería

penitencia suficiente

sabes,

el error más tonto que todo samurai puede cometer

es no darse cuenta que la espada con la que daña

está en sus labios

pudriendo sus entrañas,

arrugando sus metáforas

cuando utiliza las palabras como dardos

sembrando deshonra y odio y muerte

violando la idea de belleza y verdad

sobre cuya efigie juramos todos un día con los puños cerrados

pobre iluso

ahora esta bruma

las tardes tristes de domingo

esa daga con la que me atacaste

la palabra pura

o impura

todos míos,

yo te vi caer ante mí,

desangrado por tu propia verborrea

te vi ser pasto de buitres y alimañas

comida del olvido


respecto a mí,

sigo caminando

mis pasos siguen el destino azaroso de la niebla en el bosque

esa que baila con los árboles

porque no sabe

yo levito sobre las hojas que ya no crujen a mis pies

aún así,

sigo deseando no haber bebido nunca

el néctar de musas expatriadas del Parnaso

ahora sé,

lo que no me mató aquella tarde

tus palabras

tu amargura

y tu desprecio

me hizo tierra y agua y cielo y fuego

es decir

nada

que es a todo a lo que puede aspirar

un samurai de la palabra.

Volumetría de la Soledad

In CrossBlog Fighters on diciembre 22, 2008 at 8:25 pm

Volumetría de la soledad

Sentí tus labios apoderarse de los míos. Pronto noté una punzada en medio de mi labio inferior. Un líquido espeso y dulce comenzó a mezclarse entre tu lengua y la mía.

Comencé a reir, como un niño, con risa atragantada y demente, como si nunca antes hubiera probado la textura de la felicidad, húmeda, amarga, resbaladiza.

Mi risa, que debió parecerte enraizada en algún mundo ancestral y primitivo despojado de inhibiciones y culturas, te hizo seguir mordiendo mi lengua, mis labios, deslizándote por el cuello, los pezones y los muslos. Tus labios ya no eran lo único lacerado en esa habitación de sábanas blancas, cortinas que danzaban al viento nocturnal y música de gemidos apagados. Mi cuerpo se resentía a cada bocado de tus fuertes mandibulas, entrenadas en el fino arte de las noches en vela, tan llenas de gritos desgarrados que las paredes de tu habitación -ésta en la que ahora retozábamos- se habían acostumbrado a ahogar con complicidad y firmeza.

Te tumbé boca arriba, y en tus ojos respiré miedo, y en tu miedo hallé vida. Con la sangre que emanaba de mi boca, tatué en tu cuerpo los tonos púrpuras de mis tardes buscándote sin saber que eras tú, arañé tu espalda tratando de hacer temblar hasta lo más hondo de tu inocencia, que se escondía herrumbrosa en alguna esquina de una niñez que quizás ya ni recordabas que fuera tuya. Penetramos, juntos, todos y cada uno de nuestros umbrales prohibidos a través de cada centímetro de carne de nuestros cuerpos -con suave violencia, sacudiendo las cenizas sobre las que yacían muertos tantos tristes versos inacabados.

Por fin, cuando llegó el momento, gritamos, gritamos en silencio, y en silencio volvimos a mordernos con furor, vomitando cada uno, labio sobre labio, boca sobre boca, el éxtasis de aquella primera y última noche en nuestro minúsculo paraíso.

Minutos más tarde, extenuado, permanecí sentado en el borde de la cama, con los dedos en el pelo enmarañado. Un cigarro se sostenía débilmente sobre la comisura del labio -apelmazado por restos de sangre reseca. Oí música de jazz provenir de algún distante lugar de mi cabeza. Un fraseo lento, que se repetía una y otra vez, como si trazara círculos en los que enjaular la memoria del momento ya pasado.

Me invitaste a saber, y a través de tus labios supe: eso sería lo más cerca que nunca habría de sentirme de otra carne, otro dolor, otra soledad que no fuera la mía.

Tú, mientras tanto, yacías de espaldas a mi, mirando la luna roja a través de la ventana. Respirabas profundamente.

Pensé que si me iba de tu habitación en ese momento, y te dejaba así, de espaldas al mundo, con la mirada perdida más allá de la ventana, quizás te convertirías en la musa imperfecta de un cuadro de Edward Hopper que nunca llegaría a pintarse.

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TJQC, devuelvo la cabra, desde lo alto del campanario…